Había un restaurante al que no iba nunca nadie y el dueño, que tenía un burro, puso un cartel que decía:
“Aquel que haga reír al burro come una semana gratis”.
La gente iba y le hacían cosquillas al burro, otros le contaban chistes, otros le hacian caras graciosas y el burro no se reía.
En eso llega un vagabundo y le dice al dueño:
- ¿Puedo llevarme al burro un minuto al fondo?
Al poco tiempo regresa el vagabundo con el burro que no paraba de reírse y cumpliendo lo prometido come una semana gratis.
A la semana siguiente un nuevo cartel dice:
“Quien haga llorar al burro come un mes gratis”.
La gente le pegaba, lo insultaba, le hacía de todo y el burro no lloraba.
En eso vuelve el mendigo y se lleva al burro otra vez al fondo y cuando regresa el burro llorando a más no poder.
El dueño del restaurante asombrado le pregunta:
- ¿Me puedes explicar cómo lo has hecho las dos veces?
- Muy fácil para hacerlo reír le dije que la tenía más grande que él y casi se muere de risa y para hacerlo llorar, se lo demostré.
“Aquel que haga reír al burro come una semana gratis”.
La gente iba y le hacían cosquillas al burro, otros le contaban chistes, otros le hacian caras graciosas y el burro no se reía.
En eso llega un vagabundo y le dice al dueño:
- ¿Puedo llevarme al burro un minuto al fondo?
Al poco tiempo regresa el vagabundo con el burro que no paraba de reírse y cumpliendo lo prometido come una semana gratis.
A la semana siguiente un nuevo cartel dice:
“Quien haga llorar al burro come un mes gratis”.
La gente le pegaba, lo insultaba, le hacía de todo y el burro no lloraba.
En eso vuelve el mendigo y se lleva al burro otra vez al fondo y cuando regresa el burro llorando a más no poder.
El dueño del restaurante asombrado le pregunta:
- ¿Me puedes explicar cómo lo has hecho las dos veces?
- Muy fácil para hacerlo reír le dije que la tenía más grande que él y casi se muere de risa y para hacerlo llorar, se lo demostré.
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