Ahí comenzaron a discutir. El árabe, acorralado, no encontró otra salida, sacó una pistola, la puso sobre su sien y dijo:
- ¡Podré irme al infierno, pero no pagaré esta deuda...!
Y apretó el gatillo, cayendo muerto de inmediato.
El judío no quiso ser menos, así que agarró la pistola del tipo, la puso sobre su sien y dijo antes de disparar:
- ¡Voy a cobrar este dinero aunque sea en el infierno...!
El Gallego, que había observado todo, tomó la pistola, la puso sobre su cabeza y dijo:
- ¡Rayos y centellas, por nada del mundo me pierdo esta pelea!
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