La magna obra se inauguró en 1874 y sobre ella pasó la comitiva en el traslado de los restos de Calderón de la Barca, triste presagio de la fúnebre tradición que acompañaría siempre al Viaducto, lugar predilecto de los suicidas locales.
Precisamente, las altas verjas metálicas fueron instaladas para dificultar el salto de 23 metros (hoy 25), en principio mortal de necesidad.
Menos mal que el humor negro ibérico ha puesto más el acento en anécdotas grotescas, como aquella de la primera intentona, cuando el faldumento emballenado de la candidata hizo de paracaídas y el morrón sólo le deparó algunos chichones y magulladuras.
Para hacer el Viaducto hubo que derribar la iglesia de Santa María y el palacio de Malpica. El del Infantado fue partido por la mitad.
Fuente: Recuerdos de Madrid en Postales – Diario-16
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