Aquí da comienzo un largo nervio de Madrid, que sigue el cauce del antiguo arroyo Abroñigal Bajo y termina con la Castellana.
Sus terrenos se citan como “vedados” en el Fuero de Madrid de 1202 y después fue lugar de esparcimiento para Felipe II.
El gusto borbónico por las cosas pulcras y ordenadas convirtió el agreste lugar en un paseo bien urbanizado, mediante un proyecto de José de Hermosilla, que lo dividía en tres partes; soterraba el arroyo hasta un colector y lo poblaba de fuentes y parterres.
Ese mismo ordenancismo hizo proliferar diversos reglamentos sobre su uso: no se podía entrar con capa, se expulsaba a limeras y ramilleteras, se prohibía el uso de guardainfante, y la que no hiciera caso se quedaba en pernetas. El “salón” propiamente dicho era sólo de Neptuno a Cibeles.
Fuente: Recuerdos de Madrid en Postales – Diario-16
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