Un cazador pijo de la capital va a cazar al campo y consigue abatir a un pato de un disparo. Pero el cuerpo del pato va a caer en el patio de la granja de un lugareño. Cuando el cazador va a por él, el lugareño se niega a entregárselo, alegando que ha caído en su casa.
No consiguen ponerse de acuerdo y, a la postre, el lugareño hace una propuesta:
- Se me ocurre una idea. Primero yo le pego una patada en sus partes privadas, y después usted me la pega a mí. El que consiga aguantar el dolor sin gritar, se queda el pato.
El cazador pijo acepta el trato. De modo que el lugareño toma impulso y le propina una fortísima patada entre las piernas al cazador. Éste resiste sin gritar, pero pasa diez minutos revolcándose de dolor por el suelo y queda con todas las partes hinchadas como un melón. No obstante, está satisfecho:
- ¡No he gritado! proclama--. Ahora me toca mí.
Entonces el lugareño replica con una sonrisa:
- No es necesario. ¡Puede quedarse el pato!
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